El Dios de la alegría se fijó en todo.
Nos ha dejado un delicioso legado que he de agradecerle.
Cosas deliciosas que se paladean con los sentidos y con el alma. (Creo que el alma da vida a los sentidos o que el alma vive en ellos, da igual) Repaso los primeros que se despiertan en mi memoria.
Las sombras de las hojas vistas hacia el cielo. Y las mismas, pero en el atardecer.
Una muy caliente taza de café (Como la que me preparó ayer mi vecina... ¡ahh!) acompañada del olor de unas galletas recién horneadas.
Llegar a tu casa y tirar los zapatos para ponerte unas pantuflas viejas. Amanecer con el canto de un pajarito que se coloca en sólo Dios sabe que rama cercana. Ver llover. Tocar la arena tibia con los pies.
Una caricia sorpresiva de quien amas y el suave roce de las manos de tu hija mientras peina tu cabello.
Observar la textura de un óleo. Recibir una respuesta de tu mascota. Abrir un regalo. Un abrazo. Una buena prosa. Una clase de baile y bañarte en sudor. Un tiempo de oración. Una buena carcajada.
Y podría seguir la lista.
Interminable.
Aquí dejo un record milimétrico de algunos gozos, sólo por el placer de escribir.
sábado, 5 de febrero de 2011
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