Dios escuchaba desde una nube.
Balanceaba sus piernas y apoyaba su barbilla en sus manos, mientras sus brazos se apoyaban en sus rodillas.
Miraba atento hacia la tierra. Observando cómo los humanos se movían como hormiguitas, así de inquietas y así de pequeñas.
Se alcanzó a percibir un suspiro del Señor.
Miró con Amor, -no puede hacerlo de otro modo-a su criatura y supo que le hacia falta algo.
Por eso, dió un profundo inhalo y mientras salía el aire de sus pulmones al exhalar, una luz tibia se fué esparciendo en el trayecto.
No fué necesario nada más.
Quienes permitieron que esa luz descendiera sobre ellos, llegó la sabiduría. La inteligencia. La fortaleza. El consejo. La ciencia. La piedad.
El hombre, sobrecogido por los regalos, miró al cielo. Entendió lo que era tener un espíritu contrito y recibió otro don más.
Dios alegre, volvió a suspirar.
Y el hombre
con todos esos dones
supo que quien se los daba era su Padre.