martes, 23 de noviembre de 2010

El universo te llamó Paloma.
Yo no sabía que podía dolerme tu nombre, cuando empezaras a abrir tus alas.
Los hijos son tus mejores maestros. Te enseñan a amar, sin tiempo, sin medida, sin condiciones. Te enseñan a crecer, a perdonar, a llorar de alegría.
Te enseñan a soñar, a esperar y a soltar.
Te confieso que no quiero. No quiero soltarte Paloma hermosa. Tu presencia en mi vida me engrandece.
Pero tus alas se están extendiendo y no tengo posibilidades (ni derecho) de detenerlas en tus costados.
¡Ala pués! mi pequeñita, disfruta de tu vuelo.
Siento la alegría de tu piel en mi piel, no puedo evitar sonreír al ver tu sonrisa. Es una bendición estos lazos humanos que nos unen. Y cuando lloras, sufre mi espíritu y se conmueven mis ojos, mira que gracioso, mi cuerpo es el mío y palpita en gozo sólo de imaginarte.
Estás allá y yo tan acá, no se si es la energía.
Tus triunfos... son mis triunfos, inevitable.
No ha sido mas que un honor acompañar tus pasos, ver el recorrido de tu camino, observar cómo creces, hijo.