lunes, 31 de enero de 2011

una palabra humilde

Tengo pocos minutos antes de partir a mis ocupaciones de mamá-chofer.
No creo necesitar mucho tiempo para decir esta pequeña y corta palabra que se dice cuando vives de forma conciente cada instante. Es decir, cuando te das cuenta de la realidad que abraza tu existencia. Una y otra cosa, y así una y miles que se suman a cada momento llenando tu vida de dones casi imperceptibles.
La salud, tu hogar, los que la habitan, los que te quieren, los que no. Tus manos, tu vista, el pan que nunca falta, la ropa que te cubre, el corazón que siente, tus emociones que te hacen humano, el de aquí, la de allá, el movimiento, la luz, la energía, la alegría, el llanto.
Las palabras, los silencios, las luces, las sombras. La música y el disfrutarla. Las historias de amor y las de esperanza. El tiempo que marca en tus hijos ése crecimiento que enorgullece y serena. La piel del niño y la belleza del cuerpo. Los sabores. Lo retos. El tráfico y lo que implica: una ciudad en crecimiento y la "no guerra". Los trastes por lavar y la ropa por planchar... Y lo que implica.
Tener un gozo y con quién compartirlo. Las fiestas y los retiros. La voz de tu hija al amanecer.
Ah. Cuánto por agradecer.
Definitivamente es una palabra humilde que hace que dobles la rodilla e inclines la cabeza. Esta semana la he elegido para volcarme en la gratitud. Muchas cosas y una sola palabra de siete letras.
Tenían que ser siete.
Y para acabar estas líneas prontas, también te agradezco a tí. Mi fiel e inquieto lector que osa meterse a este blog de vez en cuando para leerme. Te invito a que te unas a esta intención y te des cuenta de lo afortunados que somos...
¡Gracias!

sábado, 22 de enero de 2011

El reloj

La nostalgia poseyó por completo mi memoria.
El cuerpo no puede,
no quiere,
detener su camino,
la mente hace su trabajo lento pero silencioso y va mandando sus severas órdenes para que cada órgano, cáda celula las cumpla irremediablemente.
Y primero aparecen las arrugas
luego la grasa va estancándose en zonas en donde es imposible eliminarla
los músculos pierden su fuerza otorgándole el triunfo de la batalla a la gravedad
los pensamientos vagan difusos por el tiempo
te traicionan
te retan
Es difícil ver el reloj en tu propia vida, porque vas acostumbrándote
día a día
a verlo instalado sigilosamente, en calma, discretamente.
Lo curioso es que no duele, no en la carne, que se ha rendido ante la fuerza inaudita de las horas,
pero si en el alma.
Y verte así,
tan desarmada
tan inerme
tan frágil
tan sin brío.
Tan vencida por la irreparable marcha del momento
éso si me duele
Pero es la vida.
es parte de ella y hacerla mía y acogerla es mi cometido
Un día le tocará a mis hijos ver ésto mismo en mi cuerpo
y ellos tendrán que asumir su parte.
es el modo en como camina
pausado y paulatino
el reloj.

miércoles, 12 de enero de 2011

Guerra de titanes

Hay por el lado izquierdo, una pila, qué digo una pila, ¡pilas y pilas! de libros.
Unos, atrevidos, me guiñan el ojo. Otros me hacen manita de puerco, haciéndose los mártires olvidados.
Hay los que se mofan de mí, burlándose de mi ceguera e ignorancia, ellos, los de quineintas páginas.
También los hay soldados tímidos, que calladitos esperan su turno, respetando el tiempo de vida.
Del lado derecho está la hoja. Ya no la hoja en blanco, porque ha gandado algunas batallas y ha conseguido que plasme en ella, una que otra idea.
Pero incita a mi ombligo con sacudidas de creatividad y no me queda más remedio que despojarme de todas esas palabras que se me acumulan, más en el corazón que en la cabeza.
Y giro a un lado
y giro al otro.
¿Qué me dejan, si el día solo tiene 24 horas?
¿No se fijan, que aparte soy esposa y madre?
No. ni siquiera me escuchan.
La guerra está en pie, y me la han declarado los dos al mismo tiempo.
Me han atado con corcheas, me disparan puntos, me defiendo con signos de admiración pero los puntitos salen volando.
Me agacho entre comillas tratando de esquivar la pelea, pero he de ser sincera,
me encanta su secuestro...