Por el polvo y el viento mantenía cerradas las ventanas. El calor sofocaba el interior de la morada. El oxígeno se viciaba causando mareos. La energía se estancaba creando telarañas que hacían borrosa la mirada.
¿Y si abro la puerta? ¿Qué entrará por ella?
¿Quedará vulnerable mi hogar, dejándome al asecho de cualquiera?
Un golpe pequeño se escuchó de pronto.
Un golpecillo sordo. Apenas audible.
¡Imposible abrir! ¡Corro un gran peligro!
El toc-toc llamó de nuevo, esta vez con más insistencia.
¡Me rehuso!
Pero el sonido seguía. El toque perseveraba con firmeza y tesón.
Mi mano temblorosa se acercó a la manivela de la puerta y un crujido oxidado emergió de ella.
El sol brillaba.
El cielo azul resplandecía destellante. Más allá se veían mariposas de colores volar alegres.
Sin viento.
Sin polvo.
No volveré a cerrar la entrada de la luz aunque ésta venga acompañada de partículas que se adhieran a mi cabello. Cargaré un rompevientos por si ocurriera...
Pero creo.
La esperanza no muere.
miércoles, 15 de junio de 2011
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