jueves, 19 de abril de 2012

Adiós.

Experimentar la muerte del cercano es algo doloroso. Un montón de ideas llueven en tu mente encharcando los espacios áridos de tierra.
Recuerdas, imaginas.
Por más que quieres encarnar la idea del reencuentro, del todo pasa por algo, la herida quema punzante en el centro del corazón.
La vida.
La Gran Maestra.
Desde el nacimiento se encarga de irte preparando para el momento definitivo: crisis de pequeñas muertes y pequeñas despedidas.
Adiós al vientre, dejas tu hogar cálido para enfrentarte con la luz cegadora del sol incandescente.
Adiós al pecho materno. Tendrás que alimentarte con otra fuente de ternura.
Adiós a los dientes. Mudas mientras el ratón Perez se encarga de impiar tus lágrimas por aquél pequeño trozo blanco cubierto de sangre.
Adiós a las muñecas o a los trenecitos de madera, para bienvenir los esmaltes y las patinetas.
Adiós novio, novia, amada mía enamorada, para iniciar un ciclo de amor maduro donde a veces la monotonía quiere reinar resquebrajando la cotidianidad del matrimonio. Adiós a los días tranquilos, adiós al cuerpo esbelto, para comenzar con los vientres abultados y las noches de desvelo.
Y luego, los adioses continuados.
La primaria de los hijos, adios en un parpadeo, a la universidad de tu primogénito.
Adiós al minuto que se fué.
Pero todos los adioses traen la maravilla de un premio presente, que te conecta con el ahora, que te regala los frutos dulces de las semillas plantadas.
Por eso, hoy recuerdo que es mejor no aferrarte a lo que se va. Porque se ha de ir.
y al abrir las manos, despues de haberlo entregado libremente,
tendremos la capacidad de recibir aquello que viene,
con los adioses.

jueves, 1 de marzo de 2012

Erase una vez una alegría

Amanezco con una sonrisa en el alma.
Hacer lo que uno ama, y que aparte haya personas que lo aprecien es algo hermoso.
Quiero hablar de libros y de amigas. De cuál es el hilo conductor que las une.
Empiezo haciendo una analogía de lo que para mí ha significado escribir: un regalo y un placer, que se torna en plasmar, letra tras letra, el dictado de tu corazón.
Algunas me preguntan cómo hago para sacar historias y para tejer en la mente esas imágenes.
No es gran mérito en realidad. Es como elogiar una fotografía bella, cuando en realidad quien tiene la belleza es el paisaje mismo. Uno sólo lo materializa.
Vas, urgas en tus pensamientos, sacas un poco de aquí, otro poco de allá, recuerdas, imaginas, sueñas, escuchas, y tu mano va presurosa escribiendo aquello que surge del sagrado espacio de la creatividad.
Un platillo con ingredientes de calidad y delicadamente escogidos, tendrá necesariamente un buen sabor. No tanto  por quien lo elabora, sino por el ingrediente mismo. Su sabor ya es exquisito.
Creo que un poco de eso pasa con Masika, la historia contiene en sí la máxima Belleza, por ende no puede salir algo diferente.

¿Y las amigas? ¿Qué tienen que ver con ésto?
Algunas me hicieron saber que era un orgullo tener amigas escritoras. De entrada agradezco profundamente sus palabras, pero replico como el agua que se estrella en la ventana, durante una suave lluvia, que el orgullo puede quedar, en el sólo hecho de tener amigas.
Amigas.
Esas que comparten aquello que son y que reciben aquello que eres.
Aunque de cierta forma coincido en que de alguna forma, cada uno de nosotros es honrado con las actitudes del "otro". Lo que hacemos, va hilando el gran enramado de la humanidad, y lo que hagamos o dejemos de hacer a todos nos eleva  y dignifica, o nos estanca. El maravilloso efecto mariposa vibrando por siempre.
Sin lector no hay escritura. Hay solo un montón de letras sin compartir, que solitarias, se acurrucan en un rincón de la hoja esperando ser descubiertas.
Y ustedes mis amigas, han sabido acoger no solo mis palabras, sino a mí.
Y éso me honra.
Mis letras han quedado compartidas, y gozosas, empiezan a narrar:
Erase una vez la alegría....

jueves, 19 de enero de 2012

enero

Una mañana de un sol resplandeciente.
El cielo ausente de nubes.
El pasto verdeando con intensidad.
Un árbol frondoso y cuajado de ramas.
Un río plagado de piedras.
Mis pies -hermosos, delicados, pequeños- remojándose en el agua fresca del río.
Se movían, adelante y atrás. Adelante y atrás.
Mis ojos fijos en el fondo del agua cristalina.
De entre todas las piedrecillas, había una en forma triangular, blanca sobremanera.
La toqué con el dedo gordo de mi pié y la fuí acercando hacia mí para poderla tomar con mis manos.
¡Ésta es mi roca! -pensé- de entre todas las irrepetibles piedras, ésta es mía.
La tomé. Con todo el cuidado, con todo el amor. Como si fuera de cristal.
La abracé en mi pecho.
Meneé mi cuerpo sosteniendola, acunándola.




Te amo Roberto Casas

viernes, 6 de enero de 2012

Mis regalos second part

Los papeles formaban ya una montaña. Arrugados y juntos tapaban mi vista cuando permanecía sentada en el suelo. Los hice a un lado y tomé una caja rectangular de la que se desprendía un olor a incienso.
Dentro de ella estaba el regalo del movimiento.
Inhalaba y mis pulmones se llenaban del sahumerio y exhalaba mientras mis brazos y piernas se colocaban en posiciones con nombres de animales. Cigúeña, pez, delfín...
Uno que otro nombre extraño a mi lenguaje brotaba del incienso: chaturanga, garudasana, ananda balasana...
Después de un rato de fluir con el movimiento equilibrado, abrí un paquete que parecía venir con una cadena para colgarmela en el cuello.
Era una pequeña caja negra que al abrirla aparecía toda clase de información.
Redes invisibles y elementos que nuestras bisabuelas podrían haber jurado que son del diablo.
Presioné un botón que encendía la caja y quedé conectada con cada una de esas flores.
Podía mandar palabras a través de esta caja y los mensajes iban acompañados de abrazos y sonrisas.
Como si fuera poco,  apareció en la pantalla una página maravillosa en la que podía con solo presionar una tecla hacer aparecer una manita con el pulgar hacia arriba.
Más que un "like" es un reconocimiento de que lo que se ha subido a esa red invisible marcó algo en nuestro corazón.
Por nombrar alguno que otro de los regalos envueltos en esas cajas multicolores, encontré pinceles, plumillas, hilos, plantas, rompecabezas, lentes, alimentos sanos, agua, descanso, alegría, metas, ilusiones, recuerdos, fotografías, texturas...
Rostros nuevos que se agregaban al álbum familiar, a los amigos.
Diplomas que se enmarcaban junto con los trofeos, las medallas.
Música de fondo y pausas prolongadas.
Puertas, cocinas...
Inicios y finales
Recomienzos
Borradores
Y una vela. Que no permitiré que se extinga. Por lo pronto, la cuido esmeradamente hasta la próxima epifanía.

Mis regalos de reyes

Amanezco ilusionada.
Mis ojos se abren al primer rayo de sol y bajo las escaleras en pos de mis regalos de reyes.
He dejado como siempre, mi zapato bajo el árbol esperando una sorpresa.
Las luces tintinean y el aroma a pino inunda la sala.
Hay cientos de cajas envueltas con papeles de colores y moños relucientes, de todos los tamaños y formas. Me vuelvo a asombrar.
Tomo el primero que está a mi alcance y lo abro apresurada. Dentro de él encontré la vida. Era una caja enorme y luminosa. La vida llevaba en ésta ocasión un número 43 y por consiguiente, cuarenta y tres inviernos con todos sus olores. Qué regalo más hermoso y qué poco lo agradecí.
Como buena niña, no esperé demasiado para abrir el siguiente.
(Ya de por sí ese fué el más grande, y no es que yo dijera más, más, más, sino que la Abundancia es generosa)
Ansiosa rompí el papel de envoltura con corazones y aventé sin decoro el moño que lo cubría.
Dentro de ésa caja había una ROCA.
Era una piedra fuerte, sólida, color marfil. Tan grande que pude subir en ella y sentir que era una base en donde podía elevarme para ver las cosas desde las alturas. Me sentí segura. Me sentí feliz.
De un brinco bajé y me volví a acercar a mis regalos.
Abrí el tercero.
Dentro de éste había una Paloma. Sus alas se agitaban queriendo emprender el vuelo y sus plumas eran tersas y suaves. La acaricié por un rato, luego la dejé libre. Su vuelo me produjo una sensación de plenitud indescriptible.
Me recargué en mi roca y abrí el cuarto regalo.
Este don era un cordero. Un borreguito de algodón que parecía balar al son de la música.
Y también callaba. Los corderos entienden miy bien los silencios. Pude escuchar la paz.
Todavía había muchas cajas por abrir. No sabía cuál otro elegir. ¡Todas tenían envolturas tan agradables!
Por fin abrí la quinta. Mientras iba desenvolviendo los listones que la cubrían, salía de dentro de la caja unas luces de colores que iluminaban el lugar. Amarillos, naranjas, verdes, lilas, rosas y azules... de ahí salió el arcoiris y con ella una sonrisa se grabó en mis labios.
Una vocesita traviesa me decía, ¡mira, mira faltan muchos regalos! Casi tan sólida la voz etérea, que me empujaba hacia las cajas.
Agarré la caja número seis. Dentro de ese paquete hermoso había seis lazos. Cada uno con una letra bordada en éste. Un listón azul tenía las letras L-E, el lazo blanco tenía una M. El lazo violeta tenía una L. El lazo naranja tenía una G. Uno de color amarillo tenía la S. Otro más pero ahora de color rojo también traía una M. Ví además cuatro cordones sin nombre, suaves y brillantes. Con ellos amarré los demás.
La caja número siete era muy particular. Tenía cientos de flores. Cada una diferente. Con su aroma particularísimo y sus formas únicas. Unas venían de tierras lejanas y otras parecían cortadas de mi jardín. Juntas hacían un ramo espectacular que alegraba el espacio donde las pusiera.
Siempre que las observaba, comenzaba una fiesta.
El paquete número ocho traía unas letras.
Estaba envuelto en periódico. Zarandié la caja y se revolvieron todas haciendo palabras.
Al irlas sacando una a una formaron una historia.
Esa historia la empasté y se creó un libro. Mi libro. Mi regalo. Algo que llegó para mí y que luego yo me encargaría de regalar a otros ojos.
El corazón me latía rápidamente por la emoción. Eran demasiadas cosas, y aún faltaban varias por abrir.
Aborazada, seguí. Abriendo y abriendo. Como una niña mimada.
Había una cajita pequeña, apenas visible, como donde se guardan las joyas. La envoltura era dorada y brillaba de una forma especial.
Cuando la abrí supe que algo se colocaba en mi corazón. Supe que ahí se guardaba el don de mis creencias, de mi fe. La serenidad del lago y la grandeza de las estrellas estaba hospedandose en mi alma.
Me detuve un poco. Cerré mis palmas frente a mi corazón disfrutando esa sensación de paz.
La voz continuó, como continúan siempre las voces internas, pero ésta vez me invitó a observar.
Miré los paquetes abiertos y los que faltaban por abrir.
Me sentí profundamente bendecida.