Al esposo de esta dulce chinita, le fastidié la espada. Habrá quienes ya la conozcan y sepan en dónde está colocada: una repisa a la que hay que prenderle la luz girando un botoncito que está en un lugar imposible de alcanzar para un simple mortal. ¡Cuánto más inalcanzable para una niña de 8 años!
Pues ahí voy.
De puntitas me alargué lo más que pude para iluminar a la pareja de ojos jalados y que descansaran sus alargadas sombras sobre el mueble.
De repente el crack.
La cámara lenta que graba los accidentes me mostró la imagen de Mr. Chong furioso porque había descuartizado su arma de defensa.
¡Y ahora quien me iba a defender a mi de la ira de mi papá!
Pues a mi defensa, si mal no recuerdo, salió mi hermana Marce, que (¿por primera vez?) acariciaba mis coletas rubias y me decía, no importa, no pasa nada... (Aunque su cara no me decía lo mismo).
Después tuve que enfrentar la realidad. (Con todo y el sudor de manos, las mariposas en el estómago, el nudo en la garganta...) Ir y decir... ¿a quién le digo!? mi delito.
Pues por supuesto. Acudí a mamá.
Al final Mr. Chong se reparó. Su arma no serviría para combatir en ninguna guerra sin provocarle la muerte, pero a mí me sirvió para darme cuenta que ningún error es irreparable y menos si cuentas con alguien que te quiere bien.