miércoles, 9 de febrero de 2011

Introspección

Volteo hacia la derecha
hacia la izquierda.
Miro queriendo encontrar,
el hoguío abraza mis pulmones
Las espectativas fallan, se quedan cortas, muy cortas.
El silencio y los grillos
que aprovechan el chirriar de sus patas.
Los colores pierden su intensidad
los sabores se vuelven insípidos y yo sigo en mi búsqueda.
Ya son muchos años.
Una lágrima se asoma trémula y cae rozando la piel aduraznada
Un ruido sordo me llama
desde dentro....
No te preocupes, aquí estoy.

Y ¿De qué te privas?


Privarse de algo es una especie de regalo enmascarado.
Es decir, cuando estás decidiendo dejar algo, lo que sea, se va formando dentro de nosotros una especie de fortaleza (de castillo) que al final, acabamos siendo nosotros quienes disfrutamos de ella.
Ayer te compartía mis regalos.
Hoy no te voy a hablar de mis privaciones. Pero quiero poner el punto a discusión.
El caso, no es privarte de algo por el mero hecho de hacerlo, sino por hacer algo por el otro.
La hermosisima alteridad.
Me puedo negar el pedazo más grande del postre favorito de mi esposo, para que él lo disfrute, no para que yo no engorde. Me puedo privar de ver el programa que me gusta de decoración, porque sé que a él le aburre. Puedo no escuchar siempre la música que quiero, cuando mis hijos suben al coche, por el sólo hecho de que ellos disfruten un poco de lo que les gusta. Y me privo de una mala cara. Y me privo de la crítica. Y al dejar de hacer ésto o aquéllo por un bien mayor, ¡qué regalo!
Dentro, construyendo ladrillo a ladrillo la ciudadela de mi persona.
Poseyendome.
Autodominándome.
Quitando de mi vocabulario la palabra frustración y sustituyéndola por la palabra TU. Para tí. Te lo doy.
Hay que aprender a desaprender.
También eso te mereces.