Ya merito vemos los camiones en fila.
Con trabajos se escuchará otra cosa que no sean los gritos de las niñas y las interminables pláticas de las respectivas mamás.
No sé que vamos a hacer, pero una ciudad atiborrada de cultura nos espera más que para ver hermosos templos o haciendas del tiempo del virreinato, para disfrutar por última vez un tiempo mágico, irrepetible.
Convivir con tu hija menor, con la que quieres estirar las horas para que se prolongue su infancia, a quien le robas los últimos vestigios de infancia aunque sea de puntillas por la noche, mientras le admiras dormir como ángel...¿tendrá valor comparable con el cerro de las campanas y el esplendor de Maximiliano?
Las fotografías que se tomen grabarán en un papel las horas compartidas, pero mi corazón se dedicará a tatuar en su médula los inicios de la última pubertad de mis hijos.
No sé que tan cansada regrese, pero cada gota de sudor valdrá la pena.
Mi grande abate sus alas queriendo alzar el vuelo lejos...lejos.
Mi niño ha dejado que se empolven sus canicas...
¿Compramos una nieve de tres bolas? ¿Corremos a ver quién llega primero?
¡Anda Marijó! Quédate otro rato conmigo...
Yo por lo pronto subo al camión, que en un pestañear alguien va a decir: ¡Baaaajan!
Te quiero.
martes, 17 de mayo de 2011
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