viernes, 22 de abril de 2011

Te acompaño con lo que tengo

Jesus:
Creo que nunca había hecho una carta para Ti. -No de este modo- y me parece buen día para hacerlo.
Mis sentimientos encontrados han causado revuelo en el archivo de mis sentimientos. Hay alegría, hay tristeza, hay dolor, hay gozo... ¿se puede tenerlos todos al mismo tiempo?
Lo mejor de todo es que se que sólo Tú me comprendes. Así como esté. Así como soy.
He estado recordando lo que hiciste por nosotros hace algunos años atrás (En nuestro tiempo) y de lo que fuiste capaz de entregar.
Realmente no alcanza a caber en mi cabeza.
Pero lo poquito que puedo razonar y reflexionar, lo hago.
Nunca, mi Jesús, seríamos capaces de retribuirte el amor. No podemos, tratarte como te mereces. Lo que si creo es que podemos traterte lo mejor que podamos... y es ahí donde se me estruja el corazón. Porque tantas veces podemos y no queremos. Porque tantas veces queremos, y no podemos.
Ayer te quedabas con nosotros para siempre en un trozo de pan. Y nosotros muriéndonos de hambre. Llenamos nuestros vientres... perdona que sea tan dura... y nuestros ojos, y nuestros sentidos todos, de cosas que no llenan.
Por la mañana de hoy sufrías cruentos golpes y flagelos en tu casta carne, arrancada a jirones por unos fierros punzantes... y nosotros pensando en cómo podemos divertirnos, en qué ocuparemos las horas de hoy.
Me duele, Jesús. Me duele.
Me duelo, pensando en lo que yo misma no te he acompañado, ajustandome a las leyes torpes y medidas que tenemos los hombres, con cuenta gotas.
Nos preguntamos tonterías como ¿Esto es pecado? ¿Qué tanto puedo comer en el ayuno? ¿Hasta dónde puedo llegar?
Cuando lo que pides Tú es un corazón que ame y yo lo que te ofrezco es... un corazón en preescolar. Que aprende lento y en ocasiones poco.
Te dejaste clavar, Señor, atar... Tú que eres Libre. Para que yo me pudiera soltar ¡Y me aferro!
Me da pena, Jesús, tanto Tuyo y tan poco mío.
Y me atrevo a ver a mi rededor y más me apena. Levanto arriesgada la mirada y encuentro salpicadas ofrendas, dispersadas por rincones. Lo que quisiera es agarrarlas todas y ponerlas en pila, hacer una torre gigante y trepar en ella... y ofrecértela.
Perdona Señor tanta confusión. Me recuerdas que lo que quieres son corazones que amen.
Me insistes.
Al oído y con música.
¡Es que quisiera ver ese amor en obras, Jesús! ¡Quiero darte más obras!
Mi amado.
Ahora cargas sobre tu espalda amortajada un palo que tiene grabado mi nombre.
Me acerco de puntitas y lo beso, y te beso tu hombro sangrado, y te pregunto si no pesa demasiado...
Me miras y no me contestas. Pero tu cabeza hace un ligero movimiento y no alcanzo a percibir si me dices que si, o si me dices que no.
Yo creo que si que pesa... ¡Hay tantos nombres ahí grabados!
Sin embargo la cargas y la llevas como si fuera etérea. Porque el amor Tuyo la aligera.
Veo las miradas de todos. En muchos hay brillos que te animan a seguir el Calvario y llegar hasta la cima del Gólgota. Ves hasta el fin del mundo todas las miradas.
Después de decirte cómo me siento, me siento mejor. Siempre estar contigo me produce una infinita paz.
Quedan sólo unas horas, Señor, para que estés nuevamente en la Gloria. Perdona si en ese momento somos más los que te acompañamos, es que nos da miedo el dolor.
Yo quiero...
acompañarte siempre.