Para nada, de ninguna manera estaba rastreando algo que se le parezca a una gota salada, secreción ocular. Estaba mas bien, intentando descansar unos minutos tras una semana de continuo insomnio.
¡Un dos tres por mi! -gritó. Y cuando menos lo esperaba, ya estaba con un montón de colegas bajando despavoridas como por una barranca empinada y sin frenos.
-¿Donde estabas?- le pregunté, cuando ya calmada de su bullicio pude pronunciar palabra.
- Allí. Atrás de la ternura.- contestó casi timida tras descubrir el alboroto que había causado.
Increíble, -pensé- que no más de mil palabras pudieran contener tanta dulzura, tanta verdad, tanta poesía. Y es que ahora ¡se escribe tanto y se dice tan poco! Por eso, agarré mi pluma y le dije: vamos a jugar a las escondidas.
En honor a Dolores Igareda.
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