No creo necesitar mucho tiempo para decir esta pequeña y corta palabra que se dice cuando vives de forma conciente cada instante. Es decir, cuando te das cuenta de la realidad que abraza tu existencia. Una y otra cosa, y así una y miles que se suman a cada momento llenando tu vida de dones casi imperceptibles.
La salud, tu hogar, los que la habitan, los que te quieren, los que no. Tus manos, tu vista, el pan que nunca falta, la ropa que te cubre, el corazón que siente, tus emociones que te hacen humano, el de aquí, la de allá, el movimiento, la luz, la energía, la alegría, el llanto.
Las palabras, los silencios, las luces, las sombras. La música y el disfrutarla. Las historias de amor y las de esperanza. El tiempo que marca en tus hijos ése crecimiento que enorgullece y serena. La piel del niño y la belleza del cuerpo. Los sabores. Lo retos. El tráfico y lo que implica: una ciudad en crecimiento y la "no guerra". Los trastes por lavar y la ropa por planchar... Y lo que implica.
Tener un gozo y con quién compartirlo. Las fiestas y los retiros. La voz de tu hija al amanecer.
Ah. Cuánto por agradecer.
Definitivamente es una palabra humilde que hace que dobles la rodilla e inclines la cabeza. Esta semana la he elegido para volcarme en la gratitud. Muchas cosas y una sola palabra de siete letras.
Tenían que ser siete.
Y para acabar estas líneas prontas, también te agradezco a tí. Mi fiel e inquieto lector que osa meterse a este blog de vez en cuando para leerme. Te invito a que te unas a esta intención y te des cuenta de lo afortunados que somos... ¡Gracias!
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