viernes, 19 de agosto de 2011

Jovenes blancos, jóvenes negros.

Un monton de ideas y sentimientos encontrados tras las noticias munidales. El mundo de cabeza y uno mirándolo cómo rueda, tratando de gritar, brincando más fuerte para que detenga ese movimiento invertido que revuelve las cabezas y los corazones.
Varios miles hombro a hombro, bajo un cielo ardiente y mucho mucho calor, cantan y gritan la fe que les vibra desde el corazón inquieto y dulcemnte tocado por Cristo, uniendo con el lazo inquebrantable de la oración y el amor. Familias entregadas y generosas que aportan lo que son y lo que tienen para apoyar al pregrino que llega con una luz de esperanza encendiendo éste mundo tan apagadito en veces...
estos,
nuestros jovenes blancos.
En los que se transluce una mirada de vidrio y de espejo, donde no cabe el miedo.
Y en seguida unos cuantos, -poquitos siquiera- bloqueando, o trantando de bloquear el paso de la alegría con trifulcas que sólo muestran el vacío de sus corazones marchitos. De su vacío y de su soledad.
Pobrecicos, dirían en Madrid, pobrecicos.
Si, esos nuestros jóvenes negros.
Subí un poco más alto, hasta arriba y miré.
El espectáculo me llenó de paz. Eran más los blancos.

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