Amanezco ilusionada.
Mis ojos se abren al primer rayo de sol y bajo las escaleras en pos de mis regalos de reyes.
He dejado como siempre, mi zapato bajo el árbol esperando una sorpresa.
Las luces tintinean y el aroma a pino inunda la sala.
Hay cientos de cajas envueltas con papeles de colores y moños relucientes, de todos los tamaños y formas. Me vuelvo a asombrar.
Tomo el primero que está a mi alcance y lo abro apresurada. Dentro de él encontré la vida. Era una caja enorme y luminosa. La vida llevaba en ésta ocasión un número 43 y por consiguiente, cuarenta y tres inviernos con todos sus olores. Qué regalo más hermoso y qué poco lo agradecí.
Como buena niña, no esperé demasiado para abrir el siguiente.
(Ya de por sí ese fué el más grande, y no es que yo dijera más, más, más, sino que la Abundancia es generosa)
Ansiosa rompí el papel de envoltura con corazones y aventé sin decoro el moño que lo cubría.
Dentro de ésa caja había una ROCA.
Era una piedra fuerte, sólida, color marfil. Tan grande que pude subir en ella y sentir que era una base en donde podía elevarme para ver las cosas desde las alturas. Me sentí segura. Me sentí feliz.
De un brinco bajé y me volví a acercar a mis regalos.
Abrí el tercero.
Dentro de éste había una Paloma. Sus alas se agitaban queriendo emprender el vuelo y sus plumas eran tersas y suaves. La acaricié por un rato, luego la dejé libre. Su vuelo me produjo una sensación de plenitud indescriptible.
Me recargué en mi roca y abrí el cuarto regalo.
Este don era un cordero. Un borreguito de algodón que parecía balar al son de la música.
Y también callaba. Los corderos entienden miy bien los silencios. Pude escuchar la paz.
Todavía había muchas cajas por abrir. No sabía cuál otro elegir. ¡Todas tenían envolturas tan agradables!
Por fin abrí la quinta. Mientras iba desenvolviendo los listones que la cubrían, salía de dentro de la caja unas luces de colores que iluminaban el lugar. Amarillos, naranjas, verdes, lilas, rosas y azules... de ahí salió el arcoiris y con ella una sonrisa se grabó en mis labios.
Una vocesita traviesa me decía, ¡mira, mira faltan muchos regalos! Casi tan sólida la voz etérea, que me empujaba hacia las cajas.
Agarré la caja número seis. Dentro de ese paquete hermoso había seis lazos. Cada uno con una letra bordada en éste. Un listón azul tenía las letras L-E, el lazo blanco tenía una M. El lazo violeta tenía una L. El lazo naranja tenía una G. Uno de color amarillo tenía la S. Otro más pero ahora de color rojo también traía una M. Ví además cuatro cordones sin nombre, suaves y brillantes. Con ellos amarré los demás.
La caja número siete era muy particular. Tenía cientos de flores. Cada una diferente. Con su aroma particularísimo y sus formas únicas. Unas venían de tierras lejanas y otras parecían cortadas de mi jardín. Juntas hacían un ramo espectacular que alegraba el espacio donde las pusiera.
Siempre que las observaba, comenzaba una fiesta.
El paquete número ocho traía unas letras.
Estaba envuelto en periódico. Zarandié la caja y se revolvieron todas haciendo palabras.
Al irlas sacando una a una formaron una historia.
Esa historia la empasté y se creó un libro. Mi libro. Mi regalo. Algo que llegó para mí y que luego yo me encargaría de regalar a otros ojos.
El corazón me latía rápidamente por la emoción. Eran demasiadas cosas, y aún faltaban varias por abrir.
Aborazada, seguí. Abriendo y abriendo. Como una niña mimada.
Había una cajita pequeña, apenas visible, como donde se guardan las joyas. La envoltura era dorada y brillaba de una forma especial.
Cuando la abrí supe que algo se colocaba en mi corazón. Supe que ahí se guardaba el don de mis creencias, de mi fe. La serenidad del lago y la grandeza de las estrellas estaba hospedandose en mi alma.
Me detuve un poco. Cerré mis palmas frente a mi corazón disfrutando esa sensación de paz.
La voz continuó, como continúan siempre las voces internas, pero ésta vez me invitó a observar.
Miré los paquetes abiertos y los que faltaban por abrir.
Me sentí profundamente bendecida.