Vertí el agua caliente mientras el líquido emanaba su vapor. Batí con café y crema en polvo. Un pequeño remolino giraba a la derecha mientras golpeaba suavemente con el filo de la cuchara en el borde de la taza. Probé con un sorbo cuidadoso. Lo coloqué en el plato produciendo un exquisito sonido de porcelanas. Frente a mí estaba una canasta con una servilleta que abrí con el mismo cuidado. Dentro de ella había pan dulce. Suave. Azucarado.
Tomé una pieza. Mis dientes se encajaron entre sus esponjosos rellenos dejando unas marcas por donde fueron arrancando el trozo. De inmediato todo el sabor explotó dentro de mi paladar.
Luego un trago de café.
Cualquiera es rico. El dulce, el salado.
¿Qué tal un pedazo de birote con frijoles o con crema? ¿O una concha caliente con un poco de mantequilla?
Nadie debería negar un trozo de pan.
El pan alegra el corazón y sacude las penas...¡Y los miedos!
Es fácil de conseguir y en su mayoría, económico y fresco.
Es cómodo poder partir el pan con tus manos, y facilísimo compartirlo.
¿No hay algo de pan en cada casa? ¿Aunque sea un poco?
Una pieza de pan puede quitar el hambre. Y es tan sencillo que lo puedes acompañar con cualquier cosa: leche, agua, refresco, vino, jugo...
¡Qué versátil!
Ahora entiendo más.
Y te nos quedaste en el pan.
jueves, 21 de abril de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario