Cuando Jesús salía en busca de lagartijas para jugar con su primo Santiago, María, la dulce Immi, besaba su mejilla tersa y acomodaba el manto que con el entusiasmo del juego, en ocasiones caía por la parte trasera de la cabeza rizada de su hijo.
También besaría su frente cada noche al acostarlo, mientras lo cubría con una sabana remendada por sus santas manos.
Y llenaría toda su cabeza de besos al encontrarlo tras tres días de búsqueda incesante en Jerusalén.
En cada beso exhalaba su amor de madre e inhalaba su aroma de Paz.
¿Cómo habrá sido el último beso de María, al saber que su Hijo sería entregado a la muerte? ¿Cómo sería su mirada, la calidez de su caricia?
Seguro recordaría con melancolía y añoranza las veces que su pequeño se acercaba a besarla a ella también. Cuando Él se acercaba cansado de sus viajes y tomaba sus manos entre las Suyas. Cuando alegre la abrazaba fuertemente y le decía lo hermosa que era, lo mucho que la quería.
Hoy hace 2011 años -o tantitos más- se dio la despedida.
Ignoramos lo que se habló en ese diálogo de amor. Ignoramos si fué el silencio y las miradas lo que coronaron ese momento sagrado.
De repente vuelvo la vista de mi viaje en el tiempo y descubro grabadas en mis pupilas, la mirada de María. Penetrante.
Diciéndonos algo.
Sin hablar.
De ese beso de despedida.
jueves, 21 de abril de 2011
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