Creo que ése sería un muy buen título para mi próximo libro. No estaría mal una autobiografía escrita en un contexto fantástico donde los ángeles exponen sus cátedras con el fin de amaestrar pequeños insectos rebeldes.
La imagen que se evoca en mi mente, es el de un gordinflón con sombrero de copa, con bigotes largos y puntiagudos que traen un látigo del tamaño de un palillo de dientes y golpean con el ceño fruncido las frágiles alas de las mariposas, causando que el polvillo dorado salga por el aire y provoque en los presentes una retahila de estornudos alérgicos.
Pero no. Esa no es la idea real.
A quien domestico, todos y cada uno de los días, es a mi capullo.
Primero, rebatía angustiada observando los movimientos rebeldes de la crisálida, negándose a salir, a dejar paso a la luz, a compartir el espacio abierto del universo.
Luego, torpemente y a regañadientes forcejeaba.
Ahora no.
Me llevó algún tiempo entender que se domestica amando.
Si la veo.
Si la entiendo.
Si la escucho.
Si le permito ser.
Si le guío.
Si la acompaño.
Ahora me es más fácil. Ahora disfruto domesticando mariposas.
lunes, 16 de mayo de 2011
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