La modorra estaba instalada en mi cuerpo. Era como una cobija que me abrazaba todo el cuerpo. Para rematar el cuadro, las nubes pintaban el cielo de un negro profundo amenazando un chubascón.
Eran las siete de la noche y una reunión me esperaba.
Sacudí el cansancio lo más que pude y tomé las llaves del coche para dirigirme a una dirección que tenía el número equivocado.
Tuve que abrir el archivo de mi memoria para recordar el camino y la fachada de la casa.
No tardó demasiado mi cerebro en recuperar la información. Fué quizás solo una vez la que yo había ido a esa casa y suficiente para saber que estaba ahí nuevamente.
¿qué habrán sido, diez, quince años?
Dentro del lugar me esperaban dos viejas amigas, que no es lo mismo que dos amigas viejas. El tiempo en ellas no ha transcurrido.
Y entonces la danza comienza.
La distancia desaparece.
Las horas no han pasado.
Se va de aquí para allá con las palabras, con los diálogos, van, vienen...
Se llega al lugar donde se comparte la escencia.
Es un viaje a través del espacio y de repente te descubres en una atmósfera absolutamente similar a la de mucho tiempo atrás.
Es maravilloso encontrarte de nuevo. Son maravillosos los reencuentros.
Luego, la dulce anfitriona empieza a hacer que aparezcan una serie de platillos que coronan la velada. Suculencias hechas en un abrir y cerrar de ojos pero con y desde el corazón. Por eso es que saben tan bien. Porque están hechas para deleitar más que la lengua, el corazón.
Yo pensaba que la energía se me acabaría por ahi de las diez de la noche, considerando lo cansada que estaba.
Pues esa noche fuí más que Cenicienta.
Y los recuerdos apenas empezaron a salir. Muchas cosas faltaron por contar, por recordar y compartir. Ojalá que esta sea solo la primera de muchas reuniones, aunque las siguientes sean sin ese delicioso fetuchini con camarones y esa ensalada sin par. (Y ya saben muy bien a lo que me refiero)
Eso es lo que yo llamo la fuerza de los buenos viejos tiempos. Es lo que hace valorar una amistad forjada con lazos dorados.
¡En fin!
Se queda un dulce sabor en mi boca (y no fue por el pastel) al ver aparecer a los hijos de ellas. ¡El tiempo en ellos si que ha hecho algo! Grandes, jovenes, vibrando de energía.
Podría no terminar de contar sobre esta experiencia, pero cierro antes de que mi querido lector empiece a tener el mismo sueño con el que empecé la narración. Acabo el escrito recordando (espero que tu también lo hagas Julie) cuando caminábamos por las "calles" de la universidad imaginando cómo pasaría el tiempo, cómo en un abrir y cerrar de ojos tú estarías casada y en otro abrir y cerrar de ojos estaríamos todas con nuestras familias formadas.
El tiempo llegó. Los ojos sa han abierto y cerrado ya tantas veces.
Y aquí seguimos...
good old times! Good new times!
martes, 19 de julio de 2011
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