Hay una línea casi impredecible que divide la locura de la cordura.
Uno va caminando a paso rápido y en un parpadeo te descubres inmerso en un mundo extraño y doloroso.
Los hombres de blanco y los blocks de notas aparecen en el camino y luego te encuentras sentado en un sillón frente a ellos, que detenidamente, se encargan de escribir tu vida en esas hojas.
No sé si lo más difícil es empezar o terminar.
Si son más lacerantes las preguntas o el último adiós.
Todo comenzó de una manera que parecía sencilla, quitándome de mi cara una máscara pesada que deformaba mi rostro dolido.
Un viaje al pasado, a ese que quería ocultar y que se convertía en un lastre incargable.
Tomé aire, y esa vez, mi voz de poeta fue la que habló de mi locura…
Entreveo la lápida
mi tumba
No me distraen,
ni la mosca que pasa ni el teléfono que llama.
Me sofoca
el túnel terregoso que me encierra
Mi barro se rompe.
Mis fluidos salen amargos.
Recorren mi cuello
haciendo surcos.
Añoro añorar,
El aire entra más lento a mis pulmones.
Busco buscar,
Recuerdos que duelan
Así acaso,
Sienta sentir.
Su mirada estaba fija en mi, como queriendo no perder detalle.
Hubiera preferido descubrir tras sus ojos, una mirada de lástima o de compasión, pero el reloj marcaba el paso de sesenta minutos y lo único que obtuve fue un “nos vemos la próxima semana”.
Salir de ese lugar era enfrentarme nuevamente al mundo, que ruidoso y desafiante, se burlaba de mis pobres logros y de mi poca esperanza.
Llegar a mi casa era introducirme nuevamente a ese aro de fuego que congelaba mi alma.
No era tanto que yo me estuviera “volviendo loca”, sino el estar volviendo locos a los que pasaban a mi lado, en ese continuo vivir los días.
Esa era la tarea más difícil de afrontar.
Me sumergía en una burbuja y ahí, dentro de ella, acunaba mis lágrimas con el vaivén del mar.
Ahí solo escuchaba mi otra voz, la voz de una loca.
Imágenes ininterrumpidas
Luces de colores
Brillantes y oscuras
Sonidos sordos
Dolor
Movimiento y calma.
Y calma.
Déjame te cuento como es la calma de un loco.
No es como aquel paisaje de otoño en donde hay un lago en el fondo y las hojas naranjas de los árboles caen, susurrando en complicidad con el pasto aún verde y donde bailando se vislumbra un tranquilo atardecer.
La calma del loco es inerte.
Es poner un “mute” a la voz interna y al paso lento de los segundos.
Es un congelar la sangre y la llama de una vela, es casi parar los latidos del corazón.
Esa calma es un espacio donde el espíritu toma fuerza para la siguiente crisis.
Así vuelve aquella escena, yo, sentada frente a el, con su rostro impasible y su mano atenta.
A mi lado, una mesita donde solo se encuentra una caja de pañuelos desechables, pocos cuadros y un color claro en las paredes.
Retorna la voz del poeta.
Empiezo
A recorrer mis sentimientos
Estoy agotada
Quiero gritar
Silencio
Quisiera decirte
Silencio
Me falta aire
Silencio
¿por qué?
Silencio
Quiero compartir
Silencio
Quiero paz
Silencio
Necesito llorar
Silencio
Anhelo un minuto sencillo, alegre
Silencio
Me muero de rabia
Silencio
Y todo es silencio y hay tanto ruido
Y es tanto el ruido
Que no se si prefiero guardar silencio.
De pronto, una fuerte voz me saca de mi ensimismamiento y me sacude rompiendo ese lugar sagrado de mi cápsula secreta.
Mis movimientos son torpes, como los de un polluelo saliendo de su cascarón y tropezando con su propio peso.
Y me levanto nuevamente.
Próxima semana.
Próxima sesión.
Comunicación nueva con el “hombre que cura”, helo ahí, sentado con su libreta.
Abro mi voz.
Abro mi mente y dejo que salga un líquido viscoso y amarillento del pus de mis ideas.
Le cuento mis delicados sentires y comienzo, desplazando mi cuerpo hacia delante y hacia abajo, como si estuviera derrotada a contarle…
Qué añoranza
hojas de otoño
estremecerse por un amor.
Qué añoranza
jugar y reír todo el día.
cuando toda la pasión bañaba mi alma
cuando todo el día te besaba.
Cuantos quisiera sin cumplir
cuantos ojala sin escuchar
ya me he secado.
Tanto necesitarte y no tenerte
Tento anhelarte y tu ausente
¿dónde estás amado?
Y así, suspirando, se le va la vida al loco.
No hay luz
Los caminos están cerrados.
La soledad lo ha hecho inmune a las sonrisas y su piel, abandonada, se cimbra al ser rozada hasta por el viento.
Es cuando es crucial hacia donde dirijas tus pasos, es la encrucijada que determinará si tu mente regresa a la paz o se queda sumida en el caos del abismo.
¿Pero cómo puede hacerlo alguien que no puede ni siquiera mirar hacia el sol?
Es cuestión de frotarse los ojos con la fuerza indómita del espíritu, como aquellas lucecillas que se prenden en los carbones apagados.
Es sobreponerse a la muerte y buscar un para qué que te haga resurgir como ave fénix.
Es esperar una cometa, que como venida del cielo, pase frente a tu ventana.
Y ahí está EL HOMBRE.
Que nace y renace
Que se da cuenta que las telarañas,
las olas,
los pasillos,
las escaleras,
la oscuridad,
el ruido, pueden ser superados.
Solo es cuestión de amor.
Ninguno que sea poeta o loco puede serlo o dejar de serlo, sin experimentar en lo más profundo de su ser esa chispa que vuelve a encender hogueras.
Ahora recuerdo esos días de locura, y recuerdo el tirar de mis cabellos, el golpear de mis manos contra mi cabeza y ya no sufro.
Al fin y al cabo, nunca estuve tan loca, y quizás, solo quizás, si sea un poco poeta.
sábado, 2 de enero de 2010
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